Cómo explicarte que te tengo muy calado,
que bien sé que no eres ninguna joya,
que eres un mentecato redomado;
que eres, simplemente, un gilipollas.
Te descubro a pesar de que te escondas.
A nada que te adule te apimpollas.
Pero a mí no me das sopas con ondas.
Distingo sin dudarlo a un gilipollas
Sé que es condición de nacimiento.
De estulticia solo tú te emperifollas.
En tu cabeza siempre sopla el viento
y eres lo que viene siendo un gilipollas.
Ya desde pequeñito lo apuntabas.
A ratos se te iba la tierna olla
y entre tus coetáneos destacabas,
digno y serio aprendiz de gilipollas.
Y a pesar de haber nacido con la tara,
que no te entra luz por la claraboya,
eso nunca hizo que te plantearas
que puede ser que fueras gilipollas
Ahora con la edad de hombre sensato,
alto y grande como una secuoya,
me convences de que tonto eres un rato.
Tonto, necio y un rato… gilipollas.
Y resulta, para colmo de males,
tarugo, lerdo y necio soplapollas,
que tú no vales más que lo que vales,
que por siempre serás un gilipollas.
Perdona si te meto tanta caña
y si mi verbo falaz te escachifolla,
pero es que tienes el récord de España,
el récord del más grande gilipollas.
Como mortal, aunque no quieras, eres,
así se te presenta esta tramoya:
Naces, cagas, vegetas y te mueres.
Mueres, pero como un gran gilipollas.