Parece que esta semana santa tampoco vamos a poder salir.
Así que como todavía no puedes viajar al modo convencional ¿por qué no lo haces virtualmente con las HISTORIAS DE JUAN EULOGIO Y FAMILIA?
Parece que esta semana santa tampoco vamos a poder salir.
Así que como todavía no puedes viajar al modo convencional ¿por qué no lo haces virtualmente con las HISTORIAS DE JUAN EULOGIO Y FAMILIA?
Tengo la tonta intuición de que cuando pase toda esta pesadilla del Covid-19 (y su puta madre) llegará un momento en que ya no sean necesarios estos incómodos apéndices filtrantes respiratorios que conocemos con el nombre de mascarillas. Para entonces, y como a todos, excepto a los negacionistas, se nos habrán puesto las orejas de soplillo, propongo que alguna mente preclara invente un sistema con corchetes (uno en la oreja y otro en la cara) para devolver nuestras orejas a su sitio original. Se agradecería.
Una historia de superación
Durante este año de encierros varios, confinamientos y cuarentenas, puedo asegurar que la relación entre mi sofá y un servidor ha generado una nueva definición de simbiosis. Se trata de una relación mutuamente beneficiosa. (Al menos para mí. Habría que preguntar al sofá qué opina) En esta relación ya no se distingue dónde acaba mi costillar y donde empiezan las traviesas del sofá.
Como todavía no puedes viajar al modo convencional ¿por qué no lo haces virtualmente con las HISTORIAS DE JUAN EULOGIO Y FAMILIA?
Tienes garantizado el turismo… y la carcajada.
A algunos, creo que esto de “viene otra ola, viene otra ola, ji, ji, ji, ja,ja,ja” les trae reminiscencias de los veranos en la playa, jugando con los niños a ser vapuleados por al traqueteo constante del agua del mar en la orilla. A recordar la canción de Marisol “Ola, ola, ola, no vengas sola…”
O eso, o que son… sencillamente gilipollas. Si no, no se entiende.
A veeeeer, que no. Que no va así la cosa. Que estas olas que últimamente nos sacuden con saña no son las olas del mar que nos provocan la risa histérica. Son olas… de dolor y muerte que provocan llanto. No es lo mismo.
Me asaltan dudas razonables de que los gilipollas sin mascarilla, o con la mascarilla tapándose la garganta mientras gritan, bailan, niegan y se rozan en manada, tengan capacidad mental suficiente para pillarlo.
Por eso propongo que, ya que andamos entre símiles marinos, que, a estos imbéciles, cuando sean pillados en actitud antisolidaria y asesina, pasándose la litrona con la mano izquierda y grabando la gilipollez con la derecha, sean apaleados en toda la boca con un remo de los de madera, de los que llevan las traineras.
Perderán los dientes, sí, pero puede que ganen algo de sentido común. Ese sí es un daño asumible por la sociedad.
-Negacionista es el que niega ¿Tú eres negacionista?
-Sí.
-Pero entonces… no estás negando.
-“Quiécir”… no. Bueno… no sé. ¿Me puede repetir la pregunta?
Si buscas respuestas… en este libro no las encontrarás.
Porque séptima es más que tercera (¡Chúpate esa Spielberg!)
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