JUAN EULOGIO Y FAMILIA EN CAMPO DE CRIPTANA

 

Juan Eulogio y su mujer, Paqui, aprovechando que los niños han acabado las actividades deportivas que les han tenido todos los sábados del invierno ocupados, han decidido aprovechar el primero que tienen libre para marcarse una excursión ¡Porque ellos lo valen!

No tienen ganas de chuparse muchos kilómetros de carretera, por eso, como destino, han elegido un pintoresco pueblito manchego no demasiado lejos de Madrid: Campo de Criptana. Pequeño oasis en plena Mancha quijotesca, lleno de fulgurantes e inmaculadas casas encaladas, con su zócalo color añil que les hace retrotraerse a la época en que Cervantes escribió su obra maestra. Estrechas callejuelas serpentean por el barrio de Albaicín hacia la amplia loma donde se conservan un buen puñado de molinos de viento restaurados al uso de la época en que Don Quijote decidió salir a desfacer entuertos auxiliando damiselas en apuros y menesterosos, como no podía ser de otra manera proviniendo de tan arriesgado caballero.

Layoli y Elyonatan andan un poco encabronados porque estas excursiones les aburren soberanamente, así que apenas se han bajado del coche han comenzado a pelearse. Se nota que echan de menos la actividad deportiva del sábado que templa un poco su nerviosismo habitual.

La cucaracha, la suegra de Juan Eulogio, que se ha apuntado como siempre a la excursión a petición de Paquita, su hija y sin el beneplácito del sufrido yerno, camina tras ellos a duras penas, únicamente alentada por la cercanía de la comida, su verdadera excusa para vivir. Tiene intención de ponerse hasta las trancas de lo que sea que vayan a comer, que ella no le hace ascos a nada y para eso paga Juan Eulogio.

Han llegado al bello pueblo casi a la hora del almuerzo y apenas han tenido tiempo de dar un pequeño paseo por el casco urbano. Pero imbuidos de alguna manera por el ambiente quijotil que flota en el ambiente, han decidido darse un homenaje típicamente manchego y han entrado en un restaurante con pinta de tener una buena cocina de la tierra.

Los han sentado en una mesa que ha quedado libre en el centro de la sala, expuestos a la mirada curiosa del resto de comensales, de los que por alguna extraña razón han captado su interés desde el primer momento.

De primero han pedido lomo de orza, para ir haciendo boca, acompañado de una tabla de quesos de la zona. Juan Eulogio se ha envalentonado y ha pedido una buena jarra de vino de la Mancha para acompañar tan sabrosas viandas.  Viene con la boca un poco seca y ha sido un “visto y no visto”. El vinillo de la tierra ha entrado con exquisitez y Juan Eulogio se ha trasegado casi todo él solito. De repente se le ha puesto un poco la lengua de trapo y comienza a sentirse eufórico, por lo que se anima con una segunda jarra. Paquita le mira de reojo meneando a un lado y a otro la cabeza con cara de mala leche. Después se han arrancado con un buen perol de pisto manchego con su huevo encima y como plato principal, por si lo engullido no fuera suficiente, han pedido un solomillo de cerdo con patatas a lo pobre, para pasar el cual Juan Eulogio ha pedido una tercera jarra de vino.

El hombre suele ser recio con el alcohol y lo aguanta bastante sin caer perjudicado pero ¡Tres jarras son tres jarras! y sus efluvios están comenzando a llegar con contundencia a su cerebro.

Juan Eulogio no sabe por qué, pero hace rato que ya no escucha a los nenes gritando a pesar de que tienen amargados al resto de los comensales del restaurante. El vino, dicen, es muy beneficioso para la salud. Por la misma razón tampoco llegan a sus oídos los numerosos reproches de su mujer, que ya tiene un mosqueo del ocho viendo cómo se está poniendo su marido. Por supuesto, ni siquiera escucha a la cucaracha, que se queja de dolor en la “visícula” causado por tan descomunal ingesta. Pero es que aunque la hubiera escuchado habría hecho como que no, ¡Para qué nos vamos a engañar!

Pero un día es un día, piensa Juan Eulogio. Esta puta familia (sus pensamientos se vuelven un tanto soeces por momentos) le tiene siempre reprimido y esclavizado y ¡Mira tú por dónde! Hoy se piensa desquitar.

Se anima él solo dando un traspiés que casi le lleva al suelo y propone a su familia subir a ver los molinos dando un paseo. Paquita, a pesar del cabreo que empieza a tener, recibe la propuesta con agrado porque entiende que la caminata ayudará a que su beodo marido se despeje de tanto efluvio alcohólico.

El espíritu de Don Quijote, que flota arrastrado por el viento en aquel lugar, parece que le acaba inundando su alma. Por ello no duda en identificar al taimado camarero que pretende clavarle con semejante factura, como un malandrín contra el que hay que hacer justicia. Dando algunos tumbos, con el equilibrio en precario, Juan Eulogio sale tras su familia a la calle después de haber discutido con el camarero por la abultada cuenta. Casi llega a las manos con él, que al verle en tan lamentable estado ha declinado sensatamente el cuerpo a cuerpo.

Juan Eulogio ha tirado de tarjeta y se ha ido votando a Bríos.

-¡Banda de laddones y billasdres! –Parece decir Juan Eulogio poniendo voz de desfacedor de entuertos en la puerta del restaurante- Vabos abigo Sancho –dice echando el brazo al cuello de Paquita-. Subabos a aguella loma gue be ha padecido ved algo buy dado addiba. Un ejéddido de gigandes padece esbedadnos bada hacednos uda emboscada.

Paquita murmura en voz baja temiendo la que se le viene encima. ¡Ya le ajustará las cuentas a Juan Eulogio cuando se le pase la cogorza! Que ahora no se va a enterar y no merece la pena. Por el camino escuchan un maullido salvaje que les pone a todos de repente los pelos de punta. Al mirar en aquella dirección ven un gato huir de entre los pies de Juan Eulogio como alma que lleva el diablo.

-Dranguilos. Do basa dada –les habla Juan Eulogio con voz tranquilizadora-  Solo gue he bisado a un duende baligno gue do guería gue subiérabos a la bondañida de ahí delande. Bedo ya le he hecho huir gobo un bellago gue es.

El gato que accidentalmente ha pisado Juan Eulogio le ha cosido las piernas a zarpazos en cuanto ha sentido el impreciso pisotón de este. Los nenes, entre risas, han salido corriendo tras el pobre animal, pero no han conseguido darle alcance.

Por fin, con gruesos goterones de sudor surcando sus frentes, tras doblar una tapia se encuentran con el fascinante espectáculo del grupo de molinos de viento que se levantan orgullosos por encima de las casas del pueblo. Paquita, abstrayéndose del lamentable pasatiempo que va dando su familia por la calle, se extasía contemplando la bella imagen. Saca su móvil para hacerles una foto. De repente, por el visor observa con estupor en primer plano a Juan Eulogio, montado a caballito encima de su madre, que a tenor del tiempo que le está aguantando subido encima, está más fuerte de lo que parece.

-¡Codrabos, abigo Sancho! gue aguello gue vemos en la lejanía es un badallón de balvados gigantes gue nos esberan bara luchar gondra nosodros ¡Gabalga veloz, bi fiel Docinante! –Grita Juan Eulogio todavía montado encima de su suegra, clavándole las espuelas en los costados. Esta ya está hasta los huevos de soportar tan pesada e inútil carga.

De repente, el improvisado Rocinante se levanta de las patas delanteras, sacude la grupa violentamente y Juan Eulogio va a dar con sus costillas en el suelo. Pero no por ello se viene abajo el simpar jinete, que empuñando el bastón que le acaba de robar a la cucaracha se encamina totalmente obnubilado a luchar contra lo que en el delirio de su borrachera e influido siniestramente por la aventura de Don Quijote, cree gigantes en lugar de molinos de viento. Un grupo de japoneses que han venido de excursión a ver la Mancha, gastan las tarjetas de memoria de sus cámaras de fotos y video ante tan singular espectáculo.

A lo lejos, se escuchan los gritos de Paquita, amortiguados por el viento que se acaba de levantar para darle más verosimilitud a la escena:

-¡QUE NO SON GIGANTES! ¡QUE SON MOLINOS! ¡ANDA, ANDA, ANDA. PARA YA Y NO HAGAS MÁS EL GILIPOLLAAAAAAAAS! ¡MIRA QUE LA VAMOS A TENEEER!

Pero Juan Eulogio, blandiendo el bastón en el aire va derecho a enfrentarse cuerpo a cuerpo contra el primer gigante que le ha salido al paso, de nombre Sardinero, como puede ver en una placa en su pecho. Cuando llega a un par de metros de los muros del molino, tropieza con una piedra que sobresale del suelo y como si del pichichi de la liga se tratara, se lanza en plancha a cabecear la gruesa puerta de madera del molino de viento.

El impacto es terrible y Juan Eulogio queda tirado en el suelo completamente inconsciente.

Cuando por fin abre los ojos se encuentra a los pies de ¡Un molino! en una camilla de una UVI móvil de la SESCAM, algo aturdido todavía. El médico del equipo está terminando de darle el último de los diez puntos de sutura para cerrarle la herida, pues se ha abierto el mocho con el brutal cabezazo.

Los nenes se ríen, Paquita, finalmente, también y la cucaracha, a pesar de los retortijones que tiene le señala con su huesudo dedo descojonándose de su yerno como el que más. Un nutrido grupo de curiosos contemplan la escena, pues parece como si se hubiera corrido la voz por todo Campo de Criptana y los pueblos de los alrededores.

Juan Eulogio, de vuelta ya al mundo de los sobrios echa un vistazo a su alrededor percatándose dolorosamente de que no es ni mucho menos el héroe que se había creído hace ya un buen rato y enfrentándose a la dura y cruel realidad.

Murmura entre colérico y avergonzado.

¡Mierda de Don Quijote! ¡Mierda de molinos! ¡Mierda… de vida!

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5 respuestas a JUAN EULOGIO Y FAMILIA EN CAMPO DE CRIPTANA

  1. jajajajaja, es mi ídolo Juan Eulogio,
    llegará el día en que no acabe maldiciendo la vida???

  2. Nieves dijo:

    Cada vez le cojo mas cariño a esta familia 😀 pero al pobre Eulogio hay que darle un respiro que ya le toca! Besos

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